
Nuestro hogar se ve consternado estos días con voces muy variantes, canciones, citas de las últimas películas, y peticiones para salir con los amigos. Hay toda una serie de colores y sonidos, conversaciones que desafían la lógica de padres que nacieron en el siglo XX, además de comportamiento que a veces puede parecer bipolar.
Habiendo trabajado por años con jóvenes, teníamos nociones de lo que nos esperaba. O así lo creímos. Los jóvenes no son ideales, tienen luchas constantes e intensas, batallan para controlar sus emociones, y están en una etapa muy determinante de su vida. Una cosa es, pasar unas horas de consejería con una joven que se enfrenta con la pornografía, que emprender un viaje diario con tu hijo adolescente que lucha por su pureza mental.
Nuestros hijos, al igual que nosotros los padres, son pecadores destituidos de la gloria de Dios (Ro. 3:23). Si han puesto su fe en Cristo en arrepentimiento por sus pecados y han mostrado frutos de genuina conversión, todavía se verán en la necesidad de luchar contra su pecado.
Estos son algunos pasos que pueden ayudar en la gran tarea del discipulado de nuestros hijos. En especial sobre esa parte tan esencial del discipulado que es tratar con el pecado (pues es casi seguro que pecarán).
Paso 1: Reconoce habitualmente tus fallas delante de tus hijos (Sal. 51:3; Stg. 5:16).
Hazle saber a tu hijo que convive con pecadores tambien necesitados diariamente de la gracia y misericordia de Dios.
El primer paso a la victoria sobre el pecado es reconocer que ese pecado está ahí. Un hogar donde se respira la confesión y el reconocimiento de errores es un hogar que produce personas que reconocen sus propios errores. Hubo una generación de padres que equivocadamente creyó (en muchos casos porque así fueron enseñados, y eso se enseñaba en la iglesia) que sus hijos necesitaban ver un ejemplo de perfección, y que cualquier debilidad y error debía ocultarse. Los resultados atroces de este error se están visualizando en la siguiente generación que dejó la iglesia y la fe, en muchos casos responsabilizando la hipocresía de sus padres.
Debemos caminar al lado de nuestros hijos en un rol de autoridad misericordiosa y humilde. Diferente a lo que sentimos, los padres no perdemos autoridad delante de nuestros hijos cuando estamos dispuestos a decir, “perdóname”, o “yo también lucho con esto”.
Paso 2: Involúcrate continuamente en su vida personal, electrónica, y social (1 Tes. 5:11).
Mantén un estado de atención y vigilancia, mostrando constante interés genuino. Mantente preguntando honestamente sobre sus amigos y actividades, deseando conocer sus gustos y anhelos. Tómate el tiempo de conocer a sus amistades al invitarlos a actividades, y al acercarte con ellos cuando sea posible. Escucha con ahínco cómo tus hijos expresan sus experiencias para descubrir lo que realmente les emociona.
Todo lo que salga de la boca de tu hijo es una pequeña puerta a lo que hay en su corazón. Si conoces los tesoros de su corazón, podrás detectar indicios de idolatría y posible pecado mucho antes de que sea tarde. Una lucha se puede percibir antes de que llegue a ser una obsesión. Una amistad dañina encenderá los focos de alerta antes de que llegue a una relación inmoral.
¡Precaución!: Te suplico que notes el uso de las palabras “interés genuino” y “preguntas sinceras”. No me estoy refiriendo a una mamá FBI o un papá detective. Debes intentar conocerlo a diario, progresivamente y no de un golpe cuando notas algo extraño. Tiene que existir un verdadero anhelo de conocer pacientemente a tu hijo, porque lo amas y sabes que Dios necesita trabajar en él. Reconoces que va a pecar, que no te va a gustar todo lo que encuentres allí, pero te comprometes a escuchar y aceptarlo como es. Los adolescentes anhelan aceptación y amor incondicional, y deben saber que sus padres se lo ofrecen siempre. El amor incondicional no deja pasar el pecado, pero sí deja a un lado sus preferencias y gustos para atesorar a la otra persona. ¡Deja que tus hijos sepan que son tus tesoros (a pesar de su peinado raro y su gusto por la comida coreana…)!
Paso 3: Confronta patrones de pecado con gentileza y curiosidad (Gá. 6:1-2).
A veces será inevitable tener sesiones serias, y quizá un poco tensas, de confrontación, reprensión, y corrección. Pero esto debe ser la excepción. Si estamos en constante comunicación con nuestros hijos, habrá mucha oportunidad para cuestionar su conducta de manera gentil. Podemos indagar sobre algo que nos llamó la atención, sin acusar o atacar. Debemos tener pendiente que no siempre leeremos las señales de manera adecuada. Habrá ocasiones cuando descubrimos que algo “grave” (a primera vista) fue un malentendido, o un simple error.
El niño o joven que se siente atacado o injustamente acusado se cerrará a la instrucción y corrección. Los padres debemos confrontar con valentía basada en la autoridad que Dios nos da, y con gracia basada en nuestra posición delante de Cristo. El enojo no tiene ningún lugar en el trato bíblico del pecado en el hogar. “La ira del hombre no obra la justicia de Dios”; este es un lema que cada padre cristiano debe asumir (Stg. 1:20). Cuando permitimos que la conducta de nuestros hijos nos encienda la ira, estamos colocándonos en el centro de la situación. Nos estamos interponiendo entre Dios y nuestro hijo.
Intenta iniciar una confrontación siempre con preguntas. Escucha sinceramente sus respuestas y excusas. Muéstrale a tu hijo que deseas poder confiar en él, y a la vez recuérdale que tiene un corazón engañoso y tú eres responsable de pastorearlo. No minimices su pecado, y anímale a reconocerlo por completo. Sigue empujando con gracia y firmeza hasta que reconozca su pecado. Puede ser necesario darle tiempo para pensar y volver a tocar el tema más tarde.
Paso 4: Utiliza restricciones y disciplina que corresponden a la ofensa (Heb. 12:10-11).
La disciplina modelada por nuestro Dios hacia sus hijos siempre persigue crecimiento y restauración. Su objetivo nunca es causar dolor solo por causar dolor (castigo). Debemos entender que nuestros hijos son adultos en entrenamiento, por lo que necesitan ser expuestos a la vida real y a consecuencias reales. En la mayoría de los casos, es mejor permitirles sufrir las consecuencias naturales, relacionales, y civiles de su pecado. Si robaron, que trabajen para reponer. Si copiaron en un examen, que paguen el precio académico (sin que mamá o papá reclame por ellos). Si abusaron de sus privilegios de celular u horario, que sufran la pérdida de esos privilegios por un tiempo.
En ocasiones detectarás una relación o hábito que amenaza el bienestar emocional y espiritual de uno de tus hijos. Es sabio hablar de esta amenaza abiertamente con ellos, y juntos establecer linderos. En cuanto sea posible, debemos involucrar a nuestros hijos en decidir la mejor manera de protegerles, o las consecuencias razonables de su ofensa. Anímale a tu hijo a reconocer su debilidad, y pregúntale cómo cree que tú podrías ayudarle. Una vez que se establezca la restricción o consecuencia, sé firme en llevarla a cabo. Así estamos entrenando a nuestros hijos a luchar contra su propio pecado y debilidad espiritual, y a valorar los límites y la rendición de cuentas (Tit. 2:11-12).
Paso 5: Promueve el discipulado para crecimiento (Col. 3:16).
La vida cristiana se trata de parecerse a Cristo cada día más. Tu hijo está en una etapa diferente de ese camino. Él necesita lo mismo que tú: confrontación, restauración, instrucción, discipulado, ánimo, y afirmación. Necesita más de Cristo y su Palabra, y tú estás en la mejor posición de facilitarle todo tipo de ayuda. Aquí unas sugerencias:
- Un discipulado con un joven más maduro o un hermano de la iglesia que se ha ganado su confianza.
- Leer un buen libro con él, reuniéndose cada cierto tiempo para conversar lo que están aprendiendo. Puede ser un libro que trate un área de lucha para él.
- Animarle a buscar oportunidades para servicio en la iglesia y comunidad.
- Establecer un hábito de pedirle cuentas por su tiempo personal en la Palabra y oración. Asistirle en aprender métodos de estudio o en escoger un plan de lectura.
- Formar juntos un plan de acción para cuando ciertas tentaciones lleguen.
Es menester que nuestros hijos sepan que nos interesa su victoria sobre el pecado porque nos interesa su vida espiritual y destino eterno. Si hay señales de orgullo en nuestro corazón que resientan el daño que los errores de nuestros hijos pueden hacer a nuestra reputación, ellos lo detectarán. Si nos importa más su conducta pública que sus prácticas privadas, ellos no lucharán contra su pecado privado. Pero cuando proveemos un ambiente de discipulado y crecimiento en el hogar, ellos confiarán en que nosotros deseamos su bien espiritual sobre todo.
Paso 6: Ora, ora, ora (Stg. 5:16).
No quisiera dar la impresión de que tratar con el pecado en nuestro hogar va a seguir un patrón predecible, o que estos pasos son mágicos. El Espíritu Santo es el único que puede obrar verdadera convicción de pecado y arrepentimiento en el corazón de nuestros hijos. Por esta razón, cada aspecto de nuestra crianza debe estar saturado de oración y dependencia en Él.
La crianza siempre implica tratar con el pecado. Dios no nos dio a nuestros hijos principalmente para que criemos buenos ciudadanos o personas que contribuyan a la sociedad. Él nos manda que los criemos en la disciplina y discipulado del Señor (Ef. 6:4). La manera que tratamos con su pecado será determinante en ese proceso tan importante. ¡Que Dios nos ayude en esta tarea!